Sólo con un par de tragos más de desinfectante de almas llego a discernir, por fin, que mi alrededor no es del todo incómodo. Que a pesar de todo sigo encajando en alguna parte, de algún modo sigo queriendo a la misma gente de la misma forma. Sigo sintiendo que las cosas pueden explicarse desde cualquier postura, se desenvuelven y se admiran. Tan sólo un momento de evasión, exhalando el humo de los recuerdos, para verme reflejada a mi misma en medio de una vida totalmente distinta, totalmente nueva.
Sigo queriendo pensar que las gotas de lluvia que ahora rebotan en nuestras ebrias sonrisas no sólo son por diversión, son de compañía y afecto. Los tragos se celebran como victorias a las consecuencias de la rutina de la vida. Y la más leve mirada acompañada de risa espontánea me dan calor y me animan a seguir en pie. A mirar a mi alma gemela a los ojos y decirme a misma que nunca la abandonaré, que no podré despreciarla jamás. Qué sería de mi sin esa sensación que me llena tanto...
Que todo lo demás son tonterías del pasado, que sólo retrasan y taponan la verdadera razón por la cual cada momento merece la pena. Y la saliva se convierte en un dulce sabor a alegría y a añoranza de los momentos que resurgen de tiempos atrás. Y otro litro para brindar, y otro recuerdo más. Y los ojos penetrantes que adoptan convicción y agradecimiento. Eso es por lo que, a partir de ahora, me será más fácil mirar al frente y respirar hondo.
Tequila, besos, abrazos y pies desclazos que tocan las sábanas, que seguramente arropen sueños cargados de incongruencias, logros de evasión y buen sabor de boca. No me he sentido más paradójica en mi vida, pero tampoco tan orgullosa de mi misma.
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